domingo, 27 de abril de 2008

Castoriadis: sobre las organizaciones (I)

Estos fragmentos de Castoriadis corresponden a lo que era aún su etapa militante en el grupo marxista francés "Socialismo o barbarie". Posteriormente circunscribió su actividad al mundo académico separándose de la tradición marxista. Esto resultó para muchos una buena excusa para descalificar sus ideas "por izquierda". Sin compartir globalmente su evolución teórica, reivindicamos no obstante su crítica antiburocrática de las jerarquías y el aporte a un proyecto emancipador autogestionario. En breve sumaremos textos de otros autores "herejes" para las burocracias: Andre Gorz (algo de sus primeras obras), Ivan illich, Raya Dunayevskaya, etc...


CASTORIADIS ELEMENTOS DE UNA NUEVA ORIENTACIÓN (I) 1964

Como movimiento organizado, el movimiento revolucio­nario ha de ser totalmente reconstruido. Esa reconstrucción encontrará una base sólida en el desarrollo de la experiencia obrera, pero supone una ruptura radical con las organizacio­nes actuales, su ideología, su mentalidad, sus métodos, sus acciones. Hay que insistir en que todo lo que ha existido y existe como forma instituida del movimiento obrero -parti­dos, sindicatos, etc.- está irremediable e irrevocablemente acabado, podrido, integrado en la sociedad de explotación. No puede haber soluciones milagrosas, y todo está por reha­cer, con un largo y paciente trabajo. Hay que empezar de nuevo en todos los terrenos, pero empezar de nuevo partiendo de la inmensa experiencia de un siglo de luchas obreras y con trabajadores que se encuentran más cerca que nunca de las verdaderas soluciones.

Hay que destruir radicalmente los equívocos sobre el programa socialista creados por las organizaciones «obreras» degeneradas, reformistas o estalinistas. La idea de que el socia­lismo coincide con la nacionalización de los medios de pro­ducción y la planificación, de que tiene esencialmente como objetivo -o de que los hombres deberían tener esencialmen­te como objetivo- el aumento de la producción y del consu­mo, todas esas ideas deben ser denunciadas implacablemente y su identidad, con la orientación profunda del capitalismo, mostrada constantemente. La forma necesaria del socialismo como gestión obrera de la producción y de la sociedad y del poder de los consejos de trabajadores debe ser demostrada e ilustrada partiendo de la experiencia histórica renaciente. El contenido esencial del socialismo: restitución a los hombres del dominio sobre su propia vida; transformación del trabajo actual -un medio absurdo de ganarse la vida- en libre desa­rrollo de las fuerzas creadoras de los individuos y de los gru­pos; constitución de comunidades humanas integradas; unión de la cultura y de la vida de los hombres, ese contenido no debe ser escondido como una especulación vergonzante sobre un porvenir indeterminado, sino presentarse como la única respuesta a los problemas que torturan y asfixian a la so­ciedad de hoy. El programa socialista debe ser presentado como lo que es: un programa de humanización del trabajo y de la sociedad. Hay que gritar si es necesario que el socialis­mo no es una terraza de descanso sobre la prisión industrial, ni transistores para los prisioneros, sino la destrucción de la prisión industrial misma.

Castoriadis: sobre las organizaciones (II)


ELEMENTOS DE UNA NUEVA ORIENTACIÓN (II) 1964

Para las organizaciones tradicionales, las reivindicacio­nes económicas constituyen el problema central para los traba­jadores y el capitalismo es incapaz de satisfacerlas. Esa idea ha de ser categóricamente rechazada, ya que poco o nada tiene que ver con la realidad actual. La actividad de la organización revolucionaria y de los militantes revolucionarios en los sindi­catos no puede tener como fundamento el intento de ir siempre más lejos que otros en las reivindicaciones económicas: esas reivindicaciones son, mal que bien, defendidas por los sindica­tos y, además, el sistema capitalista puede satisfacerlas sin que eso le cree demasiados problemas. El fundamento del reformis­mo permanente de los sindicatos y una de las condiciones de su degeneración burocrática irreversible es, justamente, la posibili­dad de los aumentos de salarios. El capitalismo sólo puede vivir si concede aumentos de salarios y la existencia de sindicatos burocratizados y reformistas le es indispensable a este respecto. Esto no quiere decir que los militantes revolucionarios deban forzosamente abandonar los sindicatos o desinteresarse de las reivindicaciones económicas, sino que ninguno de esos dos puntos tiene la importancia esencial que se les daba antes.

En todas las luchas, la manera de obtener el resultado es tanto o más importante que lo que se obtiene. Hasta desde el punto de vista de la eficacia inmediata, a corto plazo, las acciones organizadas y dirigidas por los mismos son superio­res a las acciones decididas y organizadas burocráticamente; pero son sobre todo las únicas que crean las condiciones de un progreso, por ser las únicas que permiten que los trabajadores aprendan a dirigir sus propios asuntos. La idea de que sus intervenciones han de tener como objetivo no el suplantar sino el desarrollar la iniciativa y la autonomía de los trabaja­dores, debe ser el criterio supremo que guíe la actividad del movimiento revolucionario.

Castoriadis AUTOGESTION Y JERARQUIA (I)

...aquí van fragmentos de un texto de 1974 de don Cornelio...


AUTOGESTION Y JERARQUIA (I)

Cornelius Castoriadis

Vivimos en una sociedad cuya organización es jerárquica: en el trabajo, la producción, la empresa o en la Administración, la política, el Estado o incluso en la educación y la investigación científica. La jerarquía no es una invención de la sociedad moderna. Sus orígenes se remontan muy atrás, aunque no haya existido siempre y haya habido sociedades no jerárquicas que han funcionado muy bien. Pero en la sociedad moderna el sistema jerárquico (o lo que viene a ser lo mismo: burocrá­tico) se ha hecho prácticamente universal. Toda actividad colectiva se organiza según el principio jerárquico y cada vez más la jerarquía del mando y del poder coincide con la jerar­quía de los salarios y los ingresos. Tanto es así que la gente no consigue ya imaginarse que podría ser distinto y que ellos mis­mos podrían ser distinguidos de otro modo que por el lugar que ocupan en la pirámide jerárquica.

Los defensores del sistema actual tratan de justificarlo como el único «lógico», «racional», «económico». Ya hemos intentado mostrar que tales «argumentos» no valen nada y na­da justifican, que resultan falsos tomándolos por separado y contradictorios cuando se los considera en conjunto. Ten­dremos ocasión de volver sobre esto más adelante. Y también se presenta al sistema actual como el único posible, supuesta­mente impuesto por las necesidades de la producción moder­na, por la complejidad de la vida social, la gran escala de todas las actividades, etc. Trataremos de mostrar que no es así y que la existencia de una jerarquía es radicalmente incompa­tible con la autogestión.

AUTOGESTIÓN Y JERARQUÍA DEL MANDO

Decisión colectiva y problema de la representación

¿Qué significa socialmente el sistema jerárquico? Significa que un estrato de la población dirige la sociedad y que los demás sólo se encargan de ejecutar sus decisiones; significa también que este estrato, al recibir los ingresos más importantes, se beneficia de la producción y del trabajo en mayor medida que los estratos restantes. En definitiva, significa que la sociedad se halla dividida entre un estrato que dispone de poder y privile­gios y los demás, que carecen de ellos. La jerarquización -o burocratización- de todas las actividades sociales no es hoy día sino la forma, cada vez más preponderante, de la división de la sociedad. Como tal, es simultáneamente resultado y causa del conflicto que desgarra la sociedad.

Si esto es así, resulta ridículo preguntarse: ¿es compatible la autogestión, el funcionamiento y la existencia de un sistema social autogestionado con el mantenimiento de la jerarquía? Es tanto como preguntarse si la supresión del actual sistema penitenciario es compatible con el mantenimiento de los vigi­lantes de prisión, de sus jefes y de los directores de prisiones. Pero como se sabe, lo que es obvio, es aún mejor si se explícita. Más aún cuando, desde hace milenios, desde la más tier­na infancia se introduce en la mente de la gente la idea de que es «natural» que unos manden y otros obedezcan, que unos posean demasiado de lo superfluo y otros no alcancen sufi­ciente de lo necesario.

Castoriadis: AUTOGESTION Y JERARQUIA (II)



AUTOGESTION Y JERARQUIA (II) 1974

Cornelius Castoriadis


Queremos una sociedad autogestionada. ¿Qué quiere decir esto? Una sociedad que se gestiona, es decir, que se dirige a sí misma. Pero esto debe ser más precisado. Una sociedad auto­gestionada es una sociedad en la que todas las decisiones son tomadas por la colectividad, que a su vez se ve afectada por el objeto de dichas decisiones. Es decir, un sistema en que aquellos que realizan una actividad deciden colectivamente qué han de hacer y cómo hacerlo, dentro de los límites exclusi­vos que supone la coexistencia con otras unidades colectivas. De este modo, las decisiones que afectan a los trabajadores de un taller deben ser tomadas por los trabajadores de dicho taller; aquellas que afectan a varios talleres a la vez, por el conjunto de trabajadores o por sus delegados elegidos y revo­cables; aquellas que conciernen a la empresa en su conjunto por todo el personal de la empresa; aquellas que afectan a un barrio por los habitantes del barrio y aquellas que conciernen a toda la sociedad por la totalidad de los-hombres y mujeres que viven en ella.

Pero ¿qué significa decidir? Decidir es decidir uno mismo. No es dejar la decisión en manos de «personas competentes», sometidas a un vago «control». No es tampoco designar a las personas que se encargarán de decidir. Que la población fran­cesa designe cada cinco años a quienes harán las leyes no sig­nifica que ella hace las leyes. Que elija cada siete años a quien decidirá la política del país no significa que ella decide esta política. La población francesa no decide, enajena su poder de decisión a unos «representantes», que precisamente por ello no son ni pueden ser sus representantes. Sin duda, la designa­ción de representantes o de delegados por parte de las distin­tas colectividades, así como también la existencia de órganos -comités o consejos- formados por tales delegados, será indispensable en un gran número de casos. Pero sólo será com­patible con la autogestión si estos delegados representan verda­deramente a la colectividad de la que emanan, y esto implica que permanecen sometidos al poder de la colectividad. Esto sig­nifica a su vez que ésta no sólo los elige, sino que puede, asi­mismo, revocarlos cada vez que lo juzgue necesario.

Por lo tanto, afirmar que hay una jerarquía del mando for­mada por «personas competentes» y en principio inamovibles o afirmar que hay «representantes» inamovibles por un perío­do determinado (y que, como demuestra la experiencia, se tor­nan inamovibles para siempre) es lo mismo que decir que no hay autogestión, ni siquiera «gestión democrática». Ello equi­vale a decir, en efecto, que la colectividad es dirigida por per­sonas que han convertido la dirección de los asuntos comunes en un asunto especializado y exclusivo y que, por derecho o de hecho, escapan al poder de la colectividad.

miércoles, 23 de abril de 2008

LOS SINDICATOS EN LA ERA IMPERIALISTA

Este artículo, aunque fué escrito a fines de la década del 30, tiene plena vigencia ya que es un análisis estructural y no meramente de coyuntura.

LOS SINDICATOS EN LA ERA DE LA DECADENCIA IMPERIALISTA.
León Trotsky

Hay una característica común, en el desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración de las modernas organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su vinculación cada vez más estrecha con el poder estatal. Este proceso es igualmente característico de los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y “anarquistas”. Este solo hecho demuestras que la tendencia a “estrechar vínculos” no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de condiciones sociales comunes para todos los sindicatos.
El capitalismo monopolista no se basa en la competencia y en la libre iniciativa privada sino en una dirección centralizada. Las camarillas capitalistas que encabezan los poderosos truts, monopolios, bancas, etc., encaran la vida económica desde la misma perspectiva que lo hace el poder estatal, y a cada paso requieren su colaboración. A su vez los sindicatos de las ramas más importantes de la industria se ven privados de la posibilidad de aprovechar la competencia entre las distintas empresas. Deben enfrentar un adversario capitalista centralizado, íntimamente ligado al poder estatal. De ahí la necesidad que tienen los sindicatos -mientras se mantengan en una posición reformista, o sea de adaptación a la propiedad privada- de adaptarse al estado capitalista y de luchar por su cooperación. A los ojos de la burocracia sindical, la tarea principal es la de “liberar” al estado de sus ataduras capitalistas, de debilitar su dependencia de los monopolios y volcarlos a su favor. Esta posición armoniza perfectamente con la posición social de la aristocracia y la burocracia obreras, que luchan por obtener unas migajas de las superabundancias del imperialismo capitalista. Los burócratas hacen todo lo posible, en las palabras y en los hechos por demostrarle al estado “democrático” hasta qué punto son indispensables y dignos de confianza en tiempos de paz, y especialmente en tiempos de guerra. Al transformar a los sindicatos en organismos del estado fascismo no inventó nada nuevo: simplemente llevó hasta sus últimas consecuencias las tendencias inherentes al imperialismo.
Los países coloniales no están bajo el dominio de un capitalismo nativo sino del imperialismo extranjero. Por este hecho fortalece, en vez de debilitarla, la necesidad de lazos directos, diarios, prácticos entre los magnates del capitalismo y los gobiernos que, en esencia, dominan, los gobiernos de los países coloniales o semicoloniales. Como el capitalismo imperialista crea en las colonias y semicolonias un estrato de aristócratas y burócratas obreros, éstos necesitan el apoyo de gobiernos coloniales y semicoloniales, que jueguen el rol de protectores, de patrocinantes y a veces de árbitros. Esta es la base social más importante del carácter bonapartista y semi/bonapartista de los gobiernos de las colonias y de los países atrasados en general. Esta es también la base de la dependencia de los sindicatos reformistas respecto al estado. (…)
A primera vista podría deducirse de lo antedicho que los sindicatos dejan de serlo en la era imperialista. Casi no dan cabida a la democracia obrera que, en los buenos tiempos en que reinaba el libre comercio, constituía la esencia de la vida interna de las organizaciones obreras. Al no existir la democracia obrera no hay posibilidad alguna de luchar libremente por influir sobre los miembros sindicatos. Con esto desaparece, para los revolucionarios, el campo principal de trabajo en los sindicatos. Sin embargo esta posición sería falsa hasta la médula. No podemos elegir a nuestro gusto y placer el campo de trabajo ni las condiciones en que desarrollaremos nuestra actividad (...) La primera consigna de esta lucha es: independencia total o incondicional de los sindicatos respecto del Estado capitalista. Esto significa luchar por convertir los sindicatos en organismos de las grandes masas explotadas y no de la aristocracia obrera.
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La segunda consigna es: democracia sindical. Esta segunda consigna se desprende directamente de la primera y presupone para su realización la independencia total de los sindicatos del estado imperialista o colonial.
En otras palabras, los sindicatos actualmente no pueden ser simplemente los órganos democráticos que eran en la época del capitalismo libre y ya no pueden ser anarquistas, es decir que ya no pueden ignorar la influencia decisiva del estado en la vida del pueblo y de las clases. Ya no pueden ser reformistas, porque las condiciones objetivas no dan cabida a ninguna reforma seria y duradera. Los sindicatos de nuestro tiempo pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución, bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado.
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La neutralidad de los sindicatos es total e irreversiblemente cosa del pasado. Ha desparecido junto con la libre democracia burguesa.

domingo, 20 de abril de 2008

CONTRA EL REFORMISMO

La burocracia reformista

Ideas del polémico Cornelius Castoriadis sobre la burocracia reformista (Fragmento de «Fenomenología de la conciencia proletaria» 1948 )

...La derrota de la rebelión no suprime el «para sí» activo de la conciencia proletaria, mas significa la caída en la mediación; pero esa caída es también un ahondar. La totalidad inmediata del primer «para sí» se fragmenta en una serie de momentos particulares. Esa reducción a lo particular se efectúa de dos modos: en primer lugar como fragmentación del objetivo final que se había dado la rebelión (y que parece ahora inmediatamente inaccesible) en una serie de objetivos particulares. Así se constituye la reivindicación como momento central del «para sí» proletario durante esa fase. En segundo lugar como división del trabajo en el seno de la propia clase, una clase que parece haber sido convencida por la derrota de la rebelión de que su acción total es vana y peligrosa y que permite pues que de su acción se haga cargo una de sus partes. Así se constituye la burocracia obrera, sindical y política como base real del «para sí» proletario durante esa fase.

Da así la conciencia proletaria un gran paso adelante. Realiza parte de los objetivos que se proponía alcanzar primitivamente y que parecen ahora no poder ser realizados en su totalidad. Esa realización aleja a su ser de ese nudo «en sí» al que quería reducirle el capitalismo. Limita cuantitativamente su enajenación, tanto por lo que respecta a la magnitud de la plusvalía como por lo que respecta a la jornada de trabajo. Se alza por último en una de sus partes esa burocracia obrera que surge y se desarrolla sobre el terreno de la reivindicación por encima de la condición proletaria, y parece llegar a un «para sí» absoluto.

Pero bajo esa positividad exterior aparece cada vez más claramente el engaño contenido en germen. La base de ese engaño es la presentación de lo particular como idéntico a lo universal: la reivindicación se presenta como la mediación necesaria entre la enajenación presente y la libertad futura, y comienza el engaño a partir del momento en que esa mediación se presenta como un fin, o mejor dicho, a partir del momento en que el paso de la enajenación a la libertad se presenta como una serie infinita de mediaciones que parecen no tener término («el objetivo no es nada, el movimiento lo es todo»). La totalidad del objetivo sería pues el resultado de una simple adición aritmética de los fragmentos particulares de ese objetivo. Al descomponer así una totalidad cualitativa en partes cuantitativas, la conciencia reivindicativa se mistifica a sí misma, por cuanto cree que un movimiento en sentido inverso es igualmente posible, sin tener en cuenta la cualidad del todo, irremediablemente perdida en sus fragmentos cuantitativos. El reformismo es en el fondo esa imposible substitución de trozos sucesivos de enajenación suprimida por trozos sucesivos de libertad conquistada. Esa concepción cuantitativa se hace añicos ante la realidad de la libertad, que es totalidad o no es nada.

El reformismo implica además una mediación personal entre el proletario y el capitalista: el burócrata obrero. La burocracia se presenta también a sí misma como una mediación necesaria. La mistificación contenida en esa mediación consiste, por lo que se refiere al propio proletariado, en que se pretende suprimir una enajenación substituyéndola por otra. En la medida en que el burócrata se presenta como un elemento necesario de la liberación, y en la medida en que su existencia implica que la liberación sólo es posible gracias a él, una parte de la clase se substituye al conjunto de la clase, presentándose como ese conjunto. Verdad es que la burocracia está ahí efectivamente en lugar de ese conjunto, puesto que localiza y concentra el «para sí», la conciencia y la dirección de la clase; puesto que, en definitiva, se pone a sí misma como un «para sí», como un fin de sí mismo en la historia. El proletariado se enajena de nuevo, y esa enajenación se añade a la enajenación fundamental a la que le somete el capitalismo.

Pero el «para sí» del burócrata es un falso «para sí», y el propio burócrata está mistificado. Como la razón de ser del burócrata es la reivindicación, y que el único resultado objetivo de la reivindicación es alejar, mediante lo particular que puede ser inmediatamente captado, lo universal constantemente postergado, la conservación del capitalismo se convierte en razón de ser objetiva del burócrata reformista; luego el «ser para sí» del reformista se convierte en «ser para el capitalista», y los propios mistificadores son mistificados. Cuando toma conciencia de esa situación, el burócrata reformista se transforma subjetivamente en agente del capitalismo en el seno del proletariado; y se realiza así completamente la enajenación del propio burócrata, por cuanto se separa de su propia clase. La mistificación reformista se convierte en algo totalmente explícito y visible, como tal, para el proletariado.

sábado, 19 de abril de 2008

«TESIS DE PULACAYO» 1946

Con el primer documento, rendimos homenaje a la clase obrera boliviana que supo ser ejemplo de lucha clasista en América Latina. Transcribimos un fragmento de las denominadas «Tesis de Pulacayo» , del sindicato minero del altiplano. Corresponden al año 1946, es decir, 6 años antes de la Revolución Boliviana de 1952, la primera revolución obrera de América. El texto es inspirador para todo aquellos que reivindiquen el clasismo en la lucha sindical.

TESIS CENTRAL DE LA FEDERACIÓN SINDICAL DE TRABAJADORES MINEROS DE BOLIVIA 1946 «TESIS DE PULACAYO».

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III. Lucha contra el colaboracionismo clasista

La lucha de clases es, en último término la lucha por la apropiación de la plusvalía. Los proletarios que venden su fuerza de trabajo luchan por hacerlo en mejores condiciones y los dueños de los medios de producción (capitalistas) luchan por seguir usurpando el producto del trabajo no pagado, ambos persiguen objetivos contrarios, resultando estos intereses irreconciliables. No podemos cerrar los ojos ante la evidencia de que la lucha contra los patronos es una lucha a muerte, porque en esa lucha se juega el destino de la propiedad privada. No reconocemos, contrariamente a nuestros enemigos, tregua en la lucha de clases. La presente etapa histórica, que es una etapa de vergüenza para la humanidad, sólo podrá ser superada cuando desaparezcan las clases sociales, cuando ya no existan explotados ni explotadores. Sofisma estúpido de los colaboracionistas que sostienen que no debe irse a la destrucción de los ricos, sino a convertir a los pobres en ricos. Nuestro objetivo es la expropiación de los expropiadores.

2. Todo intento de colaboración con nuestros verdugos, todo intento de concesión al enemigo en nuestra lucha, es nada menos que una entrega de los trabajadores a la burguesía. La colaboración de clases quiere decir renunciamiento de nuestros objetivos. Toda conquista obrera, aun la más pequeña, ha sido conseguida después de cruenta lucha contra el sistema capitalista. No podemos pensar en un entendimiento con los sojuzgadores porque el programa de reivindicaciones transitorias lo subordinamos a la revolución proletaria.

No somos reformistas, aunque entregamos a los trabajadores la plataforma más avanzada de reivindicaciones; somos, sobre todo, revolucionarios, porque nos dirigimos a transformar la estructura misma de la sociedad.

3. Rechazamos la ilusión pequeño-burguesa de solucionar el problema obrero dejando en manos del Estado o de otras instituciones que tienen la esperanza de pasar por organismos equidistantes entre las clases sociales en lucha. Tal solución, enseña la historia del movimiento obrero nacional y también del internacional, ha significado siempre una solución de acuerdo con los intereses del capitalismo y a costa del hambre y de la opresión del proletariado. El arbitraje obligatorio y la reglamentación legal de los medios de lucha de los trabajadores es, en la generalidad de los casos, el comienzo de la derrota.

En lo posible, trabajamos por destrozar el arbitraje obligatorio.

¡Que los conflictos sociales sean resueltos bajo la dirección de los trabajadores y por ellos mismos!

4. La realización de nuestro programa de reivindicaciones transitorias, que debe llevarnos a la revolución proletaria, está subordinada siempre a la lucha de clases. Estamos orgullosos de ser los más intransigentes cuando se habla de compromisos con los patronos. Por esto es una tarea central luchar y destrozar a los reformistas que pregonan la colaboración clasista, a los que aconsejan apretarse los cinturones en aras de la llamada salvación nacional. Cuando existe hambre y opresión de los obreros, no puede haber grandeza nacional: eso se llama miseria y decrepitud nacionales. Nosotros aboliremos la explotación capitalista.

¡Guerra a muerte contra el capitalismo! ¡Guerra a muerte contra el colaboracionismo reformista! ¡Por el sendero de la lucha de clases hacia la destrucción de la sociedad capitalista!