miércoles, 23 de abril de 2008

LOS SINDICATOS EN LA ERA IMPERIALISTA

Este artículo, aunque fué escrito a fines de la década del 30, tiene plena vigencia ya que es un análisis estructural y no meramente de coyuntura.

LOS SINDICATOS EN LA ERA DE LA DECADENCIA IMPERIALISTA.
León Trotsky

Hay una característica común, en el desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración de las modernas organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su vinculación cada vez más estrecha con el poder estatal. Este proceso es igualmente característico de los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y “anarquistas”. Este solo hecho demuestras que la tendencia a “estrechar vínculos” no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de condiciones sociales comunes para todos los sindicatos.
El capitalismo monopolista no se basa en la competencia y en la libre iniciativa privada sino en una dirección centralizada. Las camarillas capitalistas que encabezan los poderosos truts, monopolios, bancas, etc., encaran la vida económica desde la misma perspectiva que lo hace el poder estatal, y a cada paso requieren su colaboración. A su vez los sindicatos de las ramas más importantes de la industria se ven privados de la posibilidad de aprovechar la competencia entre las distintas empresas. Deben enfrentar un adversario capitalista centralizado, íntimamente ligado al poder estatal. De ahí la necesidad que tienen los sindicatos -mientras se mantengan en una posición reformista, o sea de adaptación a la propiedad privada- de adaptarse al estado capitalista y de luchar por su cooperación. A los ojos de la burocracia sindical, la tarea principal es la de “liberar” al estado de sus ataduras capitalistas, de debilitar su dependencia de los monopolios y volcarlos a su favor. Esta posición armoniza perfectamente con la posición social de la aristocracia y la burocracia obreras, que luchan por obtener unas migajas de las superabundancias del imperialismo capitalista. Los burócratas hacen todo lo posible, en las palabras y en los hechos por demostrarle al estado “democrático” hasta qué punto son indispensables y dignos de confianza en tiempos de paz, y especialmente en tiempos de guerra. Al transformar a los sindicatos en organismos del estado fascismo no inventó nada nuevo: simplemente llevó hasta sus últimas consecuencias las tendencias inherentes al imperialismo.
Los países coloniales no están bajo el dominio de un capitalismo nativo sino del imperialismo extranjero. Por este hecho fortalece, en vez de debilitarla, la necesidad de lazos directos, diarios, prácticos entre los magnates del capitalismo y los gobiernos que, en esencia, dominan, los gobiernos de los países coloniales o semicoloniales. Como el capitalismo imperialista crea en las colonias y semicolonias un estrato de aristócratas y burócratas obreros, éstos necesitan el apoyo de gobiernos coloniales y semicoloniales, que jueguen el rol de protectores, de patrocinantes y a veces de árbitros. Esta es la base social más importante del carácter bonapartista y semi/bonapartista de los gobiernos de las colonias y de los países atrasados en general. Esta es también la base de la dependencia de los sindicatos reformistas respecto al estado. (…)
A primera vista podría deducirse de lo antedicho que los sindicatos dejan de serlo en la era imperialista. Casi no dan cabida a la democracia obrera que, en los buenos tiempos en que reinaba el libre comercio, constituía la esencia de la vida interna de las organizaciones obreras. Al no existir la democracia obrera no hay posibilidad alguna de luchar libremente por influir sobre los miembros sindicatos. Con esto desaparece, para los revolucionarios, el campo principal de trabajo en los sindicatos. Sin embargo esta posición sería falsa hasta la médula. No podemos elegir a nuestro gusto y placer el campo de trabajo ni las condiciones en que desarrollaremos nuestra actividad (...) La primera consigna de esta lucha es: independencia total o incondicional de los sindicatos respecto del Estado capitalista. Esto significa luchar por convertir los sindicatos en organismos de las grandes masas explotadas y no de la aristocracia obrera.
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La segunda consigna es: democracia sindical. Esta segunda consigna se desprende directamente de la primera y presupone para su realización la independencia total de los sindicatos del estado imperialista o colonial.
En otras palabras, los sindicatos actualmente no pueden ser simplemente los órganos democráticos que eran en la época del capitalismo libre y ya no pueden ser anarquistas, es decir que ya no pueden ignorar la influencia decisiva del estado en la vida del pueblo y de las clases. Ya no pueden ser reformistas, porque las condiciones objetivas no dan cabida a ninguna reforma seria y duradera. Los sindicatos de nuestro tiempo pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución, bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado.
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La neutralidad de los sindicatos es total e irreversiblemente cosa del pasado. Ha desparecido junto con la libre democracia burguesa.